El Día de Muertos es una de las celebraciones más importantes de México. Sus raíces se remontan miles de años, mucho antes de la llegada de los españoles. Se ha convertido en una mezcla de tradición católica y misticismo mexicano, conmemorando la muerte como un elemento más de la vida y como una forma de recordar y honrar a los seres queridos.

Los puestos de los mercados bulliciosos venden calaveras decoradas hechas de azúcar o chocolate, mientras que el papel picado en formas delicadas, adorna comercios y restaurantes. En las casas de todo el país las familias colocan cuidadosamente fotografías de sus antepasados en un altar junto a velas y un pan tradicional mexicano, mientras el copal llena el aire. En los escaparates de las florerías se alinean los cempasúchiles recién cortados.

Se conmemora el 2 de noviembre, cuando se cree que el alma de los difuntos vuelve al mundo de los vivos. Pero la celebración suele comenzar el 28 de octubre y a partir de la fecha cada día está dedicado a un tipo distinto de muerte, por ejemplo, la de los fallecimientos por accidente o los niños que murieron antes de ser bautizados. El 1 de noviembre es el Día de todos los santos, en honor de quienes llevaron una vida virtuosa, sobre todo niños.

Aunque se trata principalmente de una tradición mexicana, otros países católicos alrededor del mundo también honran a los difuntos. En Filipinas los familiares visitan las tumbas de los muertos y llevan flores y encienden velas. En Brasil está el Dia de Finados. Y en muchos otros países, incluido Estados Unidos, el 2 de noviembre también es reconocido como el Día de los Fieles Difuntos, fecha en que los católicos recuerdan y rezan por los muertos.

La celebración tiene su origen en las culturas indígenas de hace miles de años, influenciadas en particular por los aztecas o mexicas. En la cultura azteca la muerte era provisional y las almas de los difuntos podían volver a visitar a los vivos. Al menos dos festividades importantes del otoño celebraban a los muertos y los invitaban al mundo de los vivos. Cuando los españoles llegaron en el siglo XVI mezclaron esas tradiciones con las del calendario católico y ahora se celebran para que coincidan con el Día de los Fieles Difuntos.

Las celebraciones varían de región en región, pero algunos elementos son universales. Por lo general las personas colocan fotos de sus seres queridos ya fallecidos en una ofrenda o altar, junto con sus alimentos o bebidas favoritos. En algunos lugares del país, como el estado de Morelos, las familias abren la puerta de las casas para que quienes quieran ver los altares puedan ingresar y ofrecen a los visitantes el tradicional pan de muerto y atole, una bebida hecha de maíz. El 2 de noviembre muchas familias acuden a los panteones a llevar flores, velas y otros regalos a las tumbas.

El altar de muertos suele tener varios niveles: los de dos niveles simbolizan la tierra y el cielo; los de tres niveles pueden representar el cielo, la tierra y el purgatorio, mientras que siete niveles significan los siete pasos para entrar en la otra vida, o los siete pecados capitales. Cada ofrenda incluye elementos que corresponden con los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. Las cenizas generalmente representan a la tierra. Un vaso de agua ayuda a los espíritus a saciar su sed después de un largo viaje, y el papel de seda picado con motivos elaborados se usa comúnmente para representar el aire. Las velas significan fuego y ayudan a guiar a los muertos a casa. En las ofrendas también se colocan calaveritas de dulce o de chocolate así como pan de muerto, un pan dulce tradicional de forma redonda con un par de listones de masa en forma de huesos y cubierto de azúcar. Algunos colocan la figurilla de un perro o un perro de juguete y una alfombra de palma tejida o petate para que las ánimas descansen. También es importante poner comida, bebida y otros artículos que hayan sido importantes para los muertos así como quemar copal, una suerte de incienso para purificar el espacio.